Iba yo caminando cerca del mar, por los prados empapados de brisa marina, por una senda que
zigzageaba copiando el perfil de los acantilados marinos, oteando el mar,
escuchando el bullicio de las gaviotas de un día que iba a ser un día
cualquiera y se convirtió en un día inolvidable, uno de esos días de naturaleza
que nunca se olvidan
De pronto me percaté de su presencia , sentado a la entrada
de su guarida también observaba la vida, su mirada buscaba en el cielo el áspero
graznido de las gaviotas y quieto como yo se mantuvo tranquilo. No nos movimos,
no percibió el peligro ante mi quietud, la de su mayor enemigo. Quietos los dos,
el sentado a la puerta de su cueva entre
las hierbas, con la mirada entre el
cielo y la tierra, y yo, entre la fábula
y el cuento.
Y de repente sin
previo aviso se acercó, se levanto y vino hasta mi, para observarme, olerme
desde más cerca, tanto que con el cuatrocientos que llevaba montado, no me
entraba su cara de adolescente en el encuadre de la cámara
Hubo un momento que deje de hacerle fotos por lo atónito de
la escena, no podía comprender muy bien porque este zorrito no me identificó como un enemigo,
incluso pensé en asustarlo para que comprendiese de su imprudencia pero no hizo
falta...un paseante ajeno, sin ver, sin ni siquiera mirar, con unos cascos, escucharía música o la radio no se... no
escuchaba las gaviotas, y por supuesto no
vio al zorrito...¡y lo espantó!...
Pude disfrutar de una media hora desde que lo vi, creo que
no moví los pies del suelo, muy despacio los brazos , ni un gesto impulsivo...pude
casi tocarlo pero no lo hice...nunca se me olvidará
¡Gracias por seguir este blog y hasta pronto!